Explicación de los primeros cronistas.
Desde el comienzo de la Conquista, los
españoles dieron el nombre de “Chaco” o “Chaco Gualamba” a una extensa comarca
boscosa que se encontraba al Oriente de la Provincia del Tucumán y de las
sierras subandinas, y cuyos límites naturales por el Este llegaron a ser los
ríos Paraguay y Paraná. Los diversos cronistas que se ocuparon de describir
esta región y a los pueblos que la habitaban, nos dejaron distintas
interpretaciones sobre el origen de este vocablo.
El historiador jesuita del Siglo XVIII
Pedro Lozano sostuvo que la voz “chaco”,
de origen quichua, designaba a una gran junta o reunión de naciones indígenas,
que encontraban en esa región un seguro refugio para sus correrías. Dice sobre
esto en su “Descripción Chorográfica del
Gran Chaco…”:
Edición del S. XVIII de la obra de Pedro Lozano sobre el Chaco |
Otros cronistas, como el también misionero
jesuita Joaquín Camaño S. J., expresó que esta palabra tuvo su origen en un
sistema de cacería de vicuñas que practicaban los naturales.
Por su parte el cronista José Jolís S.J.,
en su “Ensayo sobre historia natural del
Gran Chaco”, sostuvo que este nombre fue aplicado por los aborígenes a
aquellos lugares donde existían gran variedad de animales y a las cacerías que
allí se efectuaban. Agrega Jolís que en determinadas épocas estas cacerías eran
realizadas por el Inca o por sus gobernadores, y que en dichos lugares se
construían reparos de piedra donde se encerraban a los animales cazados. Uno de
estos sitios más renombrados –denominados “chacu” por los indígenas- se ubicaba
en la jurisdicción de la ciudad de Salta, al Este de la ciudad de Jujuy. De
este sitio tomó el nombre toda la región boscosa que se extendía de esta ciudad
hasta la ciudad de Tarija (actual Bolivia).
El Padre Martín Dobrizhoffer S.J., en su “Historia de los Abipones” también
vinculó al nombre “Chacu” con las cacerías que efectuaban los aborígenes, pero
señaló que esa voz quichua designaba a “un
cúmulo de fieras muertas en la caza y colocadas en el mismo lugar”, y que
como esa región era asilo y refugio de muchos pueblos indígenas, se le dio el
nombre de “Chaco” desde muy antiguo.
El misionero jesuita Gaspar Osorio, precisó mejor en 1630 la ubicación geográfica del Chaco: “Está el Chaco en el riñón y en el medio de estas provincias que le tienen como cercado, que son Potosí, La Plata, Santa Cruz de la Sierra y Tucumán.”
El misionero jesuita Gaspar Osorio, precisó mejor en 1630 la ubicación geográfica del Chaco: “Está el Chaco en el riñón y en el medio de estas provincias que le tienen como cercado, que son Potosí, La Plata, Santa Cruz de la Sierra y Tucumán.”
La cacería de “ojeo”.
El ya citado Padre Camaño en su obra “Noticia del Gran Chaco” escrita
en, 1778 describe la cacería de vicuñas
que realizaban los aborígenes de Humahuaca, en el Norte de la provincia de
Salta, en términos muy gráficos:
“El modo de cazarlas es distribuirse muchos cazadores de una compañía
por los contornos de un determinado sitio, que tienen señalado, y dispuesto, o
como murado para este fin: espantarlas por todas partes hacia el tal sitio, y
cercarlas en él unos, mientras los otros dentro de aquel recinto las van
corriendo y cogiendo, o derribando con las armas de caza que llevan. Este modo
de cazar, y la junta misma, o recluta misma que hacen de vicuñas, o de
cualquiera otra especie de animales, que cazan en esa manera, se llama Chacu en la Lengua General del Perú, que
dichos indios hablaban y hablan hasta el presente. El mismo nombre dan a los
sitios que tienen destinados para esa especie de caza.”
El Padre Camaño también nos explica de qué
manera este nombre pasó a designar a las tierras situadas al Oriente de la
ciudad de Jujuy, hasta ser aplicado a toda la extensa llanura boscosa conocida
posteriormente por “El Gran Chaco”. Dice que los conquistadores españoles que
ocuparon la parte Norte del Tucumán, en su trato con los aborígenes escuchaban
con frecuencia que éstos querían ir al Chacu,
significando que deseaban dirigirse a cazar o al sitio o lugar de cacería.
Como aquellos no entendían bien el significado de estas expresiones, creyeron
que los naturales llamaban Chacu a
aquellas tierras a donde iban o adonde señalaban cuando se les interrogaba
hacia donde quedaba esa comarca. Así terminaron designando con ese vocablo a
toda la extensa región situada al oriente de Chichas en el Norte de Tucumán, y
continuaron haciéndolo a medida que penetraron con sus expediciones, a falta de
otro topónimo. De este modo, un nombre que al principio sólo designaba una zona
reducida de la frontera del Tucumán, bañada por el Río Bermejo en su curso
Superior, terminó designando a toda la inmensa región que ocupa el centro de
América del Sur y es compartida por Argentina, Paraguay y Bolivia.
La primera mención documental.
La primera vez que la voz “Chaco” se aplica
en sentido toponímico o geográfico es –según el Historiador López
Piacentini- en la Probanza de Servicios
de Cristóbal González del 13 de Enero de 1589, un miembro de la expedición
organizada por el Gobernador del Tucumán Ramírez de Velazco con la finalidad de
fundar una ciudad en las márgenes del Río Grande o Bermejo. En este documento
el Gobernador señala que “Chaco Gualamba
es la otra parte del Río Bermejo, cerca de la Cordillera de los Chiriguanos.” Como
se ve, estas tierras, situadas al Sudeste de la ciudad de Santa Cruz de la
Sierra, estaban muy lejos de abarcar toda la región que posteriormente fue
conocida como El Gran Chaco. Un mapa de Sansón D`Abbeville de 1650 documenta la
zona restringida situada al Norte del Río Bermejo, que entonces era conocida
con ese topónimo. Pero la cartografía jesuítica del Siglo XVIII registra muy
bien la amplitud geográfica que había adquirido posteriormente esa designación.
Mapa del Chaco del Siglo XVIII incluida en la obra "Historia de los Abipones" de Martín Dobrizhoffer |
Como podemos ver, desde los primeros
registros documentales la voz “chaco” queda asociada al vocablo “gualamba”,
haciendo más compleja todavía su interpretación.
Interpretaciones modernas.
Interpretaciones modernas.
Los historiadores que se ocuparon del
pasado de nuestra región a partir del Siglo XX también trataron de dilucidar el
significado de la palabra Chaco y de su aplicación a esta extensa región del
Continente Americano. Así, Enrique de Gandía en su obra: “Historia del Gran
Chaco” (1929) señala que la voz “chacú” fue explicada por varios cronistas de
la Historia del Perú como el principal sistema de cacería empleada por los
pueblos del incario, en el cual participaban miles de aborígenes quienes
armando un gran cerco y en medio de un gran vocerío, lograban encerrar a muchos
animales para después ultimarlos con facilidad. Estas cacerías eran también
motivo de fiestas y regocijo para las tribus participantes.
El mismo Enrique de Gandía señala que otra
acepción de esta palabra significaba la multitud de naciones indígenas que
poblaban la región, y que siguiendo una regla constante en la formación de los
nombres, por extensión este vocablo pasó a designar al territorio donde tenían
lugar esas cacerías y a los pueblos que la practicaban.
Con respecto a la manera como este sistema
de cacería llegó a la región, el Padre Gabriel Tomassini en su obra “La
Civilización Cristiana del Chaco” (1937) nos trae una versión que se apoya en
una tradición, recogida por el Padre Alcaya, Cura de Mataca (en la actual
Bolivia) en una “Relación” enviada al Marqués de Montesclaros. Refiere que un
descendiente del linaje Inca vino a conquistar una vasta y rica región situada
al Norte del Río Parapití, antes de la llegada de los españoles. Este personaje,
ya sea aventurero o un dignatario del incario llamábase Guacane, y una vez
establecido su poder en esta tierra, introdujo esas cacerías originarias del
Perú conocidas con el nombre de chacú. Lo
más probable es que esta versión no sea más que una interpretación legendaria
de la dominación incaica, la cual trajo a la región del Tucumán prácticas y
ceremonias propias del imperio incaico. La abundancia de animales de caza en la
región boscosa de las estribaciones de la sierra y de tribus numerosas
adaptadas a ese medio, pudo haber incentivado en los gobernadores incas el
deseo de trasladar a la misma la práctica del chacu como una manera de mantener sujetos y fieles a los belicosos
pueblos indígenas de estas comarcas. Cuando los españoles llegaron a estas
comarcas en el siglo XVI se sorprendieron al encontrar está práctica de cacería
muy extendida entre los pueblos aborígenes de la región.
A su vez, el historiador correntino Hernán
Gómez en su “Historia de la Gobernación del Chaco”, sostiene que al principio
de la Conquista nuestra región recibió varias denominaciones, que variaban
según las distintas secciones geográficas, las cuales incluían el nombre de las
diversas tribus autóctonas. Posteriormente estas denominaciones se unificaron
en la de Gran Chaco, debido a que recibía el nombre de “Chaco” el territorio de
los Chanés, pueblo situado entre los ríos Guapay y Parapití en el sector
Nordeste de la región chaqueña, dentro de lo que es hoy jurisdicción boliviana.
Según la tradición, el sistema de caza colectiva denominado “chacu” fue
introducida por Sinchi Roca, hijo de Manco Capac, emperador de los Incas, en el
territorio bañado por el Río Guapay habitada por los Chanés. Dice Gómez que
esta modalidad de cacería que empleaba hasta a cinco mil hombres, necesitaba de
una autoridad eficaz y superior para coordinar la acción de tantas tribus y
también para asegurar una distribución equitativa de la caza lograda, sin que
se generen conflictos. Finalmente los cartógrafos y viajeros, por desconocer
los límites geográficos del hábitat de los chanés, extendieron y aplicaron el
nombre de Chaco a toda la región comprendida por los río Paraguay, Paraná y
Salado.
El Historiador Ramón Tissera, ya
mencionado, y que se ocupó de dilucidar esta cuestión en varios escritos,
resumió en su obra “Chaco. Historia General” publicada después de su muerte, el
origen prehispánico del vocablo:
“Se sabe ya que los nombres Chaco o Chacogualamba designaban
inicialmente un breve territorio marginal de la frontera tucumana, casi
irrisorio respecto a la dilatada región que hoy conocemos con esos nombres. En
segundo término, desde mucho antes de llegar a oídos de los españoles el raro
topónimo, éste ya era común entre la población indígena del Tucumán de la
conquista, como referencia a tierras y gentes extrañas pero no desconocidas.”
Hay que agregar que la palabra “chaco”
posteriormente evolucionó y en las culturas andinas designó a las llanuras
donde anteriormente se realizaban las cacerías, a las haciendas establecidas en
aquellas llanuras y a los corrales de ciertas dimensiones donde se encerraba a
las vicuñas o a otros animales. Actualmente se practica en algunas zonas de la
Provincia de Catamarca el arreo de vicuñas con la finalidad de esquilarlas y
aprovechar su lana para el tejido de diversas prendas. Este arreo recibe el
nombre de “chaku” en recuerdo de las que antiguamente se realizaban en el Perú.
Por su parte, el historiador Dr. Ernesto
J. Maeder, sostiene en su obra “Historia del Chaco”, que al contrario de lo que
ocurrió en el NO argentino, los conquistadores que exploraron la región desde
el Este, como Alvar Núñez Cabeza de Vaca y el primer historiador asunceño Ruy
Díaz de Guzmán “…nunca aludieron al
Chaco, sino que se refirieron más bien a la Provincia del Río Bermejo, a los
Llanos de Manso, e incluso al Valle Calchaquí, que curiosamente designó durante
mucho tiempo al hoy Chaco santafesino.”
Cacería de yaguaretés entre los Mocobíes según el Padre Florián Paucke (S.XVIII) |
La voz “gualamba”
Ya vimos como en los primeros documentos
de la Provincia del Tucumán a fines del Siglo XVI la voz chaco aparece estrechamente vinculada o unida al vocablo gualamba, cuya etimología también fue
objeto de muchas interpretaciones y opiniones encontradas por parte de los
estudiosos del tema. El ya citado P. Gabriel Tomassini nos aporta una
interpretación del notable etimólogo Mons. Pablo Cabrera, quien sostuvo que dicho vocablo no era de
origen quichua sino que pertenece al léxico de la lengua kakana o diaguita, y
que tuvo su origen en la denominación de pueblos encomendados a la ciudad de
Talavera de Esteco, situada en la jurisdicción de la ciudad de Salta, en la
zona limítrofe con la región chaqueña.
Según esta interpretación, la voz en
cuestión se compone de “gual” cuya traducción es grande, y “ampa”, con sus
variaciones “amba”, “mampa”, y “mamba”, que se traduce por agua o río, siempre
en la lengua mencionada. De esto se desprende –siempre siguiendo a Mons.
Cabrera- que el vocablo gualamba puede
traducirse como Río Grande, que es la denominación con la que se conocía
entonces al Río Bermejo en su curso superior.
Esto está corroborado por la documentación
relativa a las encomiendas otorgadas a vecinos de la ciudad de Esteco en 1574
por el Gobernador del Tucumán González de Abreu, donde se hace referencia a
parcialidades aborígenes de la jurisdicción de esa ciudad, cuyo nombres
terminan con la desinencia gualamba: Otomogualamba, Pagualamba, Viticogualamba,
Niogualamba, etc. Es decir que dichos nombres o gentilicios designaban a las
distintas parcialidades y también de donde provenían, o su tierra de origen,
que podría tratarse de las proximidades del Río Grande o Bermejo.
Para el historiador Tissera, el vocablo
Chacogualamba con el que se designaban a sí mismos los del grupo Lule que
habitaba esa región del Chaco, era un gentilicio y no un nombre geográfico.
Gualamba era el sufijo con que este grupo componía su gentilicio, al igual que
los otros grupos ya mencionados y que fueron encomendados a los vecinos de
Esteco. De allí deduce este autor que el nombre chacogualamba significa ni más ni
menos que “gente del Chaco”, apelativo que adoptaron los Lules al irrumpir y
asentarse en la región
Por su parte el etnólogo argentino Antonio
Serrano, en su clásica obra “Los aborígenes argentinos”, señala que en el
momento de la Conquista, el territorio comprendido entre el Río Salado y el Río
Grande o Bermejo, o sea el actual Chaco Salteño en su parte meridional y el
sector Noroccidental de la Provincia del Chaco, estaba poblado por pueblos
pertenecientes al complejo étnico Lule-vilela-tonocoté cuyo idioma común era el
Tonocoté, de la cual los jesuitas compusieron un “Arte y vocabulario”. A este
complejo pertenecían los Mataráes y los Guácaras, con los cuales el fundador de
Concepción del Bermejo Alonso de Vera fundó tres pueblos en 1585.
Pobladores del Departamento de Belén en Catamarca, Argentina, practicando el "chaku" o captura y esquila de vicuñas con el antiguo sistema incaico |
Con una parte de estos pueblos los
españoles fundaron reducciones a lo largo del Río Salado. Aquellos pueblos que
no se sometieron se fueron corriendo al interior del Chaco y sobre las riberas
del Bermejo para huir de la dominación hispánica, en una emigración que se
prolongó hasta el siglo XIX. Un ejemplo extremo de este movimiento migratorio
lo constituyen los Vilelas, quienes se radicaron primero en las orillas del
Bermejo Medio para terminar habitando en los alrededores de Resistencia en la
segunda mitad de aquel siglo. La designación de nuestra región como “El Gran Chaco Gualamba”, pudo tener su
origen en el desplazamiento de aquellas parcialidades hacia el interior del
territorio, motivando que los españoles y sus descendientes los
hispanocriollos, designaran con ese nombre a toda la inmensa región boscosa que
se extendía al Este de sus poblaciones, sin advertir que estaba habitado por
otros pueblos racial y étnicamente muy diferentes, como lo eran los del
complejo Guaycurú (tobas, abipones, mocobíes, pilagáes) y Mataco-mataguayo
(matacos, maccás, mataguayos, chorotes, etc.) llamados “chaquenses típicos” por
la Antropología moderna.
De toda esta compulsa documental y bibliográfica
podemos concluir que la voz “Chaco” designó a un sistema de cacería de ojeo
practicada por los pueblos indígenas de la región e introducida durante el
período de la dominación incaica en el Noroeste del Territorio Argentino, a las
tierras en que se practicaba y a la multitud de pueblos que se reunían para tal
fin. Y con respecto a la voz “Gualamba” que acompaña en muchos documentos y mapas antiguos al
nombre anterior, indicaba en su versión más aceptada, la procedencia de los
pueblos que originariamente practicaban este sistema de caza, esto es el Río
Grande o Bermejo, o bien el gentilicio de uno de esos pueblos. El
desconocimiento geográfico por parte de los españoles motivó que poco a poco
aplicaran este topónimo a toda una extensa región, como un modo de unificar la multitud de nombres que hasta entonces se aplicó a la misma.
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