Al producirse la conquista y colonización del actual territorio argentino por España, el Gran Chaco dio origen a muchos relatos legendarios que los conquistadores recogían de labios de los aborígenes. Uno de estos relatos estuvo vinculado con la fundación de la ciudad de Concepción del Bermejo el 14 de abril de 1585, la primera ciudad española en nuestra región. La inmensidad de sus bosques y la belicosidad de sus habitantes unido a la mentalidad del español de los siglos XVI y XVII y a su codicia y ansia de aventuras o fama, abonaban el terreno para dar crédito a los relatos más fabulosos.
Nace una leyenda.
Desde las primeras incursiones de los españoles en el Gran Chaco se creyó firmemente en el Río de la Plata y el Tucumán, que en su interior existía una misteriosa laguna de cauce perenne donde podía recogerse una clase de ostra que producía finísimas perlas. Dicha laguna era ubicada imprecisamente junto al río Epetí o Bermejo en el territorio de los indios Hohomas, por lo que originariamente se la conoció con el nombre de “Laguna de los Hohomas”. Estos aborígenes eran, según el cronista jesuita Padre José Guevara, una parcialidad de dos mil guerreros que habitaba los alrededores de la laguna y que de aliados se convirtieron después en enconados adversarios de los españoles. Con ellos el fundador de Concepción del Bermejo instaló una reducción que se encontraba al Este de esta ciudad.
La voz de los cronistas.
Primera edición de "La Argentina y Conquista del Río de la Plata " de Martín del Barco Centenera |
Quien más contribuyó a popularizar a esta laguna fue el clérigo Martín del Barco Centenera, que llegó al Río de la Plata hacia 1572 y permaneció veinte años en estas regiones. En un extenso poema épico titulado “Argentina y Conquista del Río de la Plata ” compuesto a fines del Siglo XVI y que dio nombre a nuestro país, dejó este testimonio en los siguientes versos:
“Una laguna tiene de gran fama/ llegada al Ipití que dicho habemos/ de los Ohomas es y así se llama,/ que aquesta gente habita en sus extremos./ En el Río Bermejo se derrama,/ y que ésta tenga perla lo sabemos,/ el Ohoma, señor de esta laguna,/ estando en Asunción me dio más de una.”
Para esa misma época partió de Asunción la expedición fundadora de Concepción del Bermejo en el Chaco; la búsqueda de las supuestas perlas debió estar en el ánimo de más de uno de los integrantes de la expedición de Alonso de Vera de 1585. Abona nuestra suposición el hecho de que otro cronista rioplatense, el asunceño Rui Díaz de Guzmán, en su obra “Argentina Manuscrita” escrita entre fines del Siglo XVI y principios del Siglo XVII, dio también crédito a esta leyenda. Allí afirmó que los aborígenes del Bermejo traían las mencionadas perlas a Asunción y obsequiaban con ellas a los españoles. Díaz de Guzmán situaba a la Laguna de las Perlas a sólo seis leguas de la ciudad de Corrientes, al Este de Concepción del Bermejo.
Se acrecienta la leyenda.
Lejos de extinguirse esta leyenda fue creciendo con el paso de los años. Una versión que nos trae el ya citada Padre Guevara, expresa que un criollo de nombre Marcos Salcedo, natural de Santa Fe, vivió un tiempo entre los mocobíes y a su regreso contó que los indios de la laguna pescaban ostras para su sustento, pero desechaban las perlas, las que en grandes cantidades quedaban diseminadas en la costa. Este relato no hizo sino aumentar la fama de tan misterioso lugar.
Posteriores expediciones ampliaron el conocimiento del Gran Chaco y la Laguna de las Perlas fue situándose más al Oeste, sobre la margen derecha del Río Bermejo y cerca de la ciudad de Concepción del Bermejo, destruida por los aborígenes en 1632.
Aún en pleno Siglo XVIII el historiador jesuita Padre Pedro Lozano, en su Historia de la Conquista del Paraguay y del Río de la Plata , da como cierta la existencia de perlas en el Río Bermejo y sitúa a la Laguna de las Perlas a ochenta leguas de la boca del río y a cuarenta del lugar donde había estado la ciudad de Concepción del Berme
La opinión del Padre Jolis.
Gobernador de Tucumán Jerónimo Matorras quien anunció haber encontrado perlas en su expedición al Chaco de 1774 |
Con una mentalidad más racionalista y más acorde con el Siglo XVIII, los misioneros jesuitas buscaron desvirtuar todas aquellas fábulas surgidas durante la conquista que al atraer la codicia de los españoles, interferían en sus labores apostólicas. El Padre José Jolís, en su “Ensayo de Historia Natural del Gran Chaco” expresó que los españoles habían tomado por perlas verdaderas “…ciertas pequeñas ovas llamadas por los guaraníes `trappia´ que se les parecen mucho y allí se encuentran en abundancia”. También el Padre Martín Dobrizhoffer, quien evangelizó a los Abipones negó categóricamente que en el Chaco existieran perlas.
A pesar de estas opiniones críticas y fundadas, esta leyenda surgida en los primeros años de la conquista, perduró por más de dos siglos y con seguridad fue el comentario obligado de las huestes conquistadoras cuando se preparaba una nueva entrada al misterioso Chaco.
La expedición de Matorras.
En 1774 el Gobernador de Tucumán Jerónimo Matorras se internó en el Chaco para firmar las paces con el afamado cacique mocobí Paykín y encontró en las vecindades del Bermejo una gran laguna en cuyas orillas pudo recoger “…conchas con menudas perlas”, pero por falta de buzos para reconocer sus profundidades, no pudo avanzar en su investigación. Como esta noticia fue recogida por el Rey Carlos III de España en una Real Cédula de 1777 por la que ordenaba la fundación de reducciones en el interior del Chaco, es muy probable que la expedición destinada a cumplir la real orden, tenía también la misión de averiguar sobre los secretos que encerraba la ya famosa laguna.
Así es como en 1780 Francisco Gavino Arias se internó en el Chaco para fundar las reducciones prometidas a tobas y mocobíes y logró encontrar la célebre laguna, como consta en el diario de la expedición, pero no encontró rastros de las codiciadas perlas. Sin embargo Arias eligió el famoso sitio para levantar la Reducción de San Bernardo el Vértiz de indios tobas. El agua de la laguna sirvió para amasar los adobes con los que se levanto la iglesia y para aplacar la sed de la incipiente población.
Comprobación científica
Como un eco de esta leyenda, en los mapas de las expediciones que se internaron en el Chaco en la segunda mitad del Siglo XIX todavía figuran referencias a la Laguna de las Perlas. El navegante Emilio Castro Boedo, quien remontó el Bermejo en 1872, encontró la que supuso se trataba de la Laguna de las Perlas, a la altura de La Cangayé , cerca de la confluencia de ese río con el Teuco y la ubicó en el mapa que publicó junto con el diario de la expedición. Más científica fue la contribución del expedicionario y naturalista Luis Jorge Fontana, quien se encargó de develar el misterio. En su obra “El Gran Chaco” publicada en 1881, refiere que en una de las lagunas del Chaco Central recogió gran cantidad de “conchas nacaradas perleras” de la especie “Anadonta exótica” aunque de poco valor, y que los aborígenes la usaban para fabricar cucharas y collares, después de pulirlas prolijamente. Lo que incitó la codicia de conquistadores y aventureros por más de tres siglos, resultó ser un recurso muy utilizado por los pueblos aborígenes como alimento, para fabricar utensilios y como ornamento. Un uso mucho más adecuado a las necesidades humanas, que el que pretendía darle el hombre blanco.
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